Cuando
usted viaje, deje su vida en su casa, en su pueblo, en su ciudad. Es un
artefacto inútil. No la exhiba a nadie. Sea un “sibarita del silencio”, como
dice Benjamín Jarnés. Los seres que hacen su propia apología deben recluirse en
el narcisismo. Quien lleva a los pleasure
trips preocupaciones de vanidad, agrega la carga más estulta a sus
valijas... Vaya, entonces, con liviano equipaje de sí mismo: con muchas, muchas
mudas para el cuerpo y pocos trajes para el alma.
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Perderse
en una ciudad desconocida depara al turista cabales emociones. Entre ellas, la
de encontrarse en el laberinto de la propia idiosincrasia. Todo viaje debería
ser una sucesión de extravíos. De tal suerte cada cual experimentaría, en el
asedio de lo imprevisto o en el asalto de la sorpresa, la sensación de riesgo
que es la que graba más hondos los recuerdos. Desgraciadamente el arte de
perderse se torna cada vez más difícil. El progreso del urbanismo lo simplifica
todo, hurtando a la intuición los privilegios de su clarividencia; sobre todo
esa inefable iniciativa de abrir, en la jungle
de la desorientación, la vereda interior que conduce a la confianza en uno
mismo.
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Ha pasado
la época romántica del turismo. Lo exótico no interesa ya como tema sentimental
sino como documento fotográfico. El viajador de hoy prescinde de toda efusión:
constata y parte de nuevo. Las giras a prorrata con miembros de institutos superiores
como cicerones descartan la posibilidad de cualquier cristalización emotiva. Jamás
están tan en programa, por otra parte... Inútil pensar en aventuras. La aventura,
forma épica de turismo, no se aviene con los coches pullman ni con los aviones
de acero. El confort ha matado a aquello. Si Pierre Loti leyera el reciente
libro de François Croisset: Nous avons fair un Beau voyage, estallaría
de grima. Nada de itinerarios espirituales, con estaciones de amor, de crimen y
muerte. “Jornadas inglesas: té, golf, caza de tigres, faquires encantadores de
ofidios en la terraza del hotel...” y nada más. A eso se va a la India, en la
actualidad. Y a todas partes. A cosechar, quizás, la única nostalgia: la del
sol de los trópicos que tiñe el color de moda en la faz de los odres vacíos que
son los hombres de hoy.
Extraído de Periplo (1931) de Juan Filloy
Extraído de Periplo (1931) de Juan Filloy
interesante...
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