abril 18, 2012

Piensa en la última vez que la comida te dejó extasiado


Quería la comida perfecta.
Para ser completamente franco, también quería ser algo así como el coronel Walter E. Kurtz, Lord Jim, Lawrence de Arabia, Kim Philby, el Cónsul, Fowler, Tony Po, B. Traven, Christopher Walken... Quería encontrar -no, quería ser- uno de esos héroes libertinos y villanos sacados de Graham Greene, Joseph Conrad, Francis Coppola y Michael Cimino. Quería recorrer el mundo con un traje sucio de bambula, metiéndome en jaleos.
Quería ver el mundo. (...) Quería ver el mundo... y que el mundo fuera como en las películas.
¿Irracional? ¿Demasiado romántico? ¿Desinformado? ¿Insensato?  !Sí¡ Pero no me importaba.
(...) ¿Qué le parece esta idea? -sugerí a mi editor-. Viajo por el mundo haciendo lo que se me antoje. Me alojo en buenos hoteles o en tugurios. Como platos acoquinantes, exóticos, maravillosos, haciéndome el indiferente como he visto en las películas, en busca de la comida perfecta. ¿Qué tal?
Parecía buen negocios ¿verdad? Peinaría el mundo en busca de la mezcla perfecta entre comida y contexto. (...) Desde luego sabía que la mejor comida del mundo rara vez es la más sofisticada o cara. Sabía que el auténtico secreto de infundirle magia a una mesa -lo más importante- no está en la técnica ni en los ingredientes extraños. El contexto y los recuerdos juegan un papel fundamental en las comidas verdaderamente memorables de la vida. 
(...) Comería durante una gira alrededor del vasto mundo ¿vale? Buscaría sin miedo la magia de Vietnam, Camboya, Portugal, México, Marruecos y... cualquier otro sitio que se me ocurriera. No habría nada que no probara. Sí, de acuerdo, hay algo que no probaría. (...)
Pero sí volvería a Japón. Esta vez lo haría bien y probaría ese venenoso pescado globo del que me habían hablado. En Francia comería una ostra recién sacada del agua, del mismo ostrero donde comí la primera cuando era niño... Y comprobaría si no había cierta magia en comerla allí. Quería descubrir si todas mis cavilaciones sobre los recuerdos y el contexto daban o no en el blanco. Iría al México rural, a la pequeña ciudad del estado de Puebla -de donde venían todos mis cocineros- y, si sus madres cocinaran para mi, tal vez descubriera por qué son tan endemoniadamente buenos en lo que hacen, cuáles pueden ser las raíces de su peculiar especie de poderes mágicos.
(...) Aquí viene la parte donde admito a regañadientes algo que me tiene profundamente perturbado... incluso avergonzado. Durante casi todo el tiempo que durara la gira habría en la vecindad por lo menos dos personas con cámaras digitales. Llevarían auriculares. Se registraría o haría el seguimiento de cada palabra, cada maldición y cada eructo que saliera de mi boca. Cuando fuera al cuarto de baño tendría que acordarme de  apagar el pequeño micrófono adjunto al transmisor, que llevaría en la cadera. Como verás, había vendido mi alma al diablo. (...) Vendí el culo. Cuando firmé en la línea de puntos se desvaneció cualquier pretensión de virginidad o reticencia. De integridad no hablemos (ni siquiera recuerdo qué es). Acepté que cuando el camarógrafo dijera: "Espera un minuto", esperaría para entrar en un restaurante, saltar al río o encender un cigarrillo, de modo que él pudiera captar la imagen.


(...) No pienses de ningún modo que no me gustan los equipos que me siguieron alrededor del mundo. La gente de televisión está condenada a apechugar con todo. (...) Comían los mismos platos tremebundos que yo. Se alojaban en los mismos hoteles que yo, a veces infectos. Se congelaban cuando yo me congelaba, aguantaban los medicamentos contra la malaria, la comida pestilente, las chinches (...) y filmaron cada segundo. Cuando oigas mis quejas de lo solo, enfermo y asustado que estaba encerrado en algún lugar de mala muerte en Camboya, acuérdate de que pocas puertas más allá había un equipo de televisión. Eso cambia las cosas.
Dicho lo cual debo decir que, sin embargo, escribir este libro ha sido sin lugar a dudas la mayor aventura de mi vida. La cocina profesional es tarea dura. Viajar por el mundo, escribir, comer y hacer un programa de televisión es relativamente fácil. Más facil que servir un almuerzo.

Extraido de Viajes de un chef. En busca de la comida perfecta (2007 [2001]) de Anthony Bourdain


abril 10, 2012

Vayan a la barbarie a aprender paciencia y filosofía

Entre enero y julio de 1832, Eugène Delacroix acompaña a la misión diplomática francesa –enviada por el rey Luis Felipe- a la corte del sultán marroquí Abd Al-Rahman. A lo largo de todo el viaje cubre sus cuadernos de dibujos y de acuarelas. Un repertorio increíble de formas y colores que más tarde inspirarán sus telas.
Al inicio de su viaje escribe: “Estoy seguro de que la cantidad considerable de información que voy a anotando de aquí no me servirá demasiado. Lejos del lugar donde la encontré, será como los árboles arrancados de su tierra natal”
Los seis meses que Delacroix pasa en Marruecos dejarán una impronta indeleble en su espíritu: “El aspecto de este país quedará siempre en mis ojos, los hombres y mujeres de esta raza poderosa vivirán en mi memoria” 

Lo pintoresco abunda aquí. A cada paso, hay cuadros completos que harían la fortuna y la gloria de veinte generaciones de pintores (...) Es un lugar hecho para los pintores (...) lo bello abunda aquí, no lo bello tan alabado de los cuadros a la moda, sino algo más simple, más primitivo, menos artificial.

(...) Estas gentes están más cerca de la naturaleza de mil maneras (...) La belleza está unida a todo lo que hacen. Nosotros otros en nuestros corsés, en nuestros zapatos apretados, en nuestras envolturas ridículas, ¡damos pena! La gracia se toma revancha de la ciencia.

 (...) Pero, ¿cómo se logra esta sinfonía de sabores extraños? ¿Estos olores de almizcle de ámbar, clavo de olor, especias, estas fragancias que se superponen?

(...) El sol persigue a las sombras humeantes de los románticos.
(...) ¡Bueno! Ustedes que luchan y conspiran; ¡qué locos ridículos son! Vayan a la barbarie a aprender paciencia y filosofía.



abril 08, 2012

Diario de viajes, Carnet de voyage, Travelogue, etc.

El diario de viajes es un género literario y plástico que evoca el viaje en un sentido amplio: viaje interior, exploración de una tierra desconocida, o un viaje iniciático alrededor de un único tema y durante un lapso de tiempo determinado. 
A diferencia del relato de viaje, que nos propone una lectura lineal, o de las novelas  de aventuras, que son enteramente ficcionales, los diarios de viaje invitan a una lectura fragmentada. esto es aun más comprobable si se tiene acceso a los manuscritos originales, a menudo repletos de croquis, fotos o dibujos y frases o textos dispersos.
Uno de los soportes más famosos para esta creación plástica y literaria son los moleskine.

Moleskine, el cuaderno legendario
Es una historia que empezó hace muchos años, con un objeto negro de tamaño bolsillo, producto de una gran tradición. Moleskine es el heredero del legendario cuaderno de notas utilizado por artistas e intelectuales de los dos últimos siglos, desde Vincent van Gogh a Pablo Picasso, pasando por Ernest Hemingway y Bruce Chatwin. Un sencillo rectángulo negro de puntas redondeadas con una goma elástica que sujeta las cubiertas y un bolsillo en el interior. Se trata de un objeto algo anónimo, pero tan esencial que resulta perfecto. Durante más de un siglo se fabricaba en un pequeño taller francés que abastecía las papelerías parisinas a las que acudían artistas y escritores internacionales de vanguardia.
Bruce Chatwin, que lo llamaba "moleskine" por el material de las cubiertas, fue probablemente su mayor impulsor. A mediados de los años 1980 empezó a ser difícil encontrarlo. en su libro Los trazos de la canción Chatwin nos cuenta la historia del pequeño cuaderno negro. En 1986 el fabricante cierra el taller familiar situado en Tours. "Le vrai moleskine n'est plus", fue el teatral anuncio que recibió de la duela de la papelería en Rue de l'Ancienne Comédie donde solía ir a comprarlo. Chatwin compró todos los cuadernos que consiguió encontrar antes de iniciar su periplo australiano, pero no fueron suficientes. 
En 1997 un pequeño impresor de Milán recupera el legendario cuaderno utilizando el nombre literario con el que renueva la extraordinaria tradición que lo caracterizaba.
Siguiendo las huellas de Chatwin el cuaderno Moleskine® reanuda su viaje y esta vez se propone como un complemento indispensable de las nuevas tecnologías portátiles. Captar la realidad en movimiento, capturar detalles, anotar las sensaciones únicas de la experiencia; de esta forma el cuaderno Moleskine se convierte en una especie de acumulador de ideas y emociones que podrá ir liberando poco a poco.
Sin embargo no es el único fabricante de este tipo de objeto. Hay múltiples marcas que fabrican cuadernos de notas similares, de idéntico o parecido formato y características, aunque sin explotar el mismo nombre. Entre ellas pueden mencionarse Leuchtturm, Quo vadis, Rhodia o Brügge
La elección dependerá del grado de fetichismo de cada cual. Y también del bolsillo!