abril 10, 2012

Vayan a la barbarie a aprender paciencia y filosofía

Entre enero y julio de 1832, Eugène Delacroix acompaña a la misión diplomática francesa –enviada por el rey Luis Felipe- a la corte del sultán marroquí Abd Al-Rahman. A lo largo de todo el viaje cubre sus cuadernos de dibujos y de acuarelas. Un repertorio increíble de formas y colores que más tarde inspirarán sus telas.
Al inicio de su viaje escribe: “Estoy seguro de que la cantidad considerable de información que voy a anotando de aquí no me servirá demasiado. Lejos del lugar donde la encontré, será como los árboles arrancados de su tierra natal”
Los seis meses que Delacroix pasa en Marruecos dejarán una impronta indeleble en su espíritu: “El aspecto de este país quedará siempre en mis ojos, los hombres y mujeres de esta raza poderosa vivirán en mi memoria” 

Lo pintoresco abunda aquí. A cada paso, hay cuadros completos que harían la fortuna y la gloria de veinte generaciones de pintores (...) Es un lugar hecho para los pintores (...) lo bello abunda aquí, no lo bello tan alabado de los cuadros a la moda, sino algo más simple, más primitivo, menos artificial.

(...) Estas gentes están más cerca de la naturaleza de mil maneras (...) La belleza está unida a todo lo que hacen. Nosotros otros en nuestros corsés, en nuestros zapatos apretados, en nuestras envolturas ridículas, ¡damos pena! La gracia se toma revancha de la ciencia.

 (...) Pero, ¿cómo se logra esta sinfonía de sabores extraños? ¿Estos olores de almizcle de ámbar, clavo de olor, especias, estas fragancias que se superponen?

(...) El sol persigue a las sombras humeantes de los románticos.
(...) ¡Bueno! Ustedes que luchan y conspiran; ¡qué locos ridículos son! Vayan a la barbarie a aprender paciencia y filosofía.



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